miércoles, 22 de junio de 2011

MORÍA

Sus ojos tenían el horror de un adiós sin esperanza: un olor de naufragio encallado en la Nada.
En la habitación, el abrazo del filo de la muerte aguardaba impaciente el último suspiro de
quien jamás creyó ser fruto, sino semilla arrojada a las piedras… una higuera seca despeñada al
Sol.
Pero él era mi amigo…
y sus gemidos arrancaban a pedazos la mortecina vestidura del silencio.
No supe que decirle.
Sólo tomé su mano y mi alma lloró a su lado suspendida en el misterio.
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“Siembra un poco de luz en sus ojos de muerte, un bálsamo de paz a su alma”,
—mi corazón oraba en silencio—.
Su mano apretó la mía.
“Gracias” —dijo—, y sus gemidos cesaron como un péndulo de reloj antiguo que detiene su
movimiento cansado de la vida.

1 comentario:

  1. quisiera en el momento de mi ida de este mundo, poder tener a mi lado una persona semejante a vos. Hermoso y CONMOVEDOR !!!
    Arturo Bentos

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